Ando últimamente escudriñando en los archivos eclesiásticos de Santa María Magdalena, en la búsqueda de documentación y conocimientos. Exploro resquicios por los que colarme en la historia del Cehegín antiguo a través de sus gentes. Cuando me rodeo de centenares de papeles amarillentos y renglones torcidos llenos de garabatos y borrones de tinta negra, me gusta imaginar a aquellos sacerdotes que con gran pereza-da esa sensación viendo su caligrafía-plasmaban el bautismo, el matrimonio o la muerte de algún vecino, relevante o no, omitiendo temerariamente datos que ya nunca conoceremos. Resultan tan ilegibles, que descifrar el nombre de una mujer o el apellido de algún ilustre personaje del siglo XVI escrito en letra procesal o encadenada, con esos caracteres alargados hasta el infinito, incluso el estilo humanístico del siglo XIX, algo más inteligible, hace que me sienta por un momento Sean Connery en su papel de Guillermo de Baskerville en «El Nombre de la Rosa».

Me resulta difícil expresar sentimientos cuando logro constatar-solo constatar, pues Jesús Hidalgo, nuestro prolífico archivero, ya descubrió tan extraordinario hecho-el nombre de la primera persona enterrada en el antiguo cementerio construido extramuros en La Cuesta del Olivar, encarnado en la enigmática figura de Doña Leonor Fernández, muerta un 7 de mayo de 1.805 a consecuencia de una grave enfermedad, dejando triste y abatido a su esposo don Antonio Ibáñez. Deseo pensar que con ese nombre legendario, Leonor, solo se puede morir de fuertes golpes de tos en los brazos del marido, mirando por la ventana de la alcoba la torre del campanario de la iglesia de La Magdalena por última vez. El exiguo testimonio de la muerte de doña Leonor, el auténtico, fue manuscrito por el párroco de la época  don Joaquín De la Ossa Chico.

Solo una semana antes se produjo, por ende, el último enterramiento en una iglesia de Cehegín; el de don Pedro Perni, Marido de doña María Bañón, acaecido el 29 de abril de 1.805 en la bóveda  de San Juan de la ermita de La Concepción, tras decreto de Carlos III, por el cual se prohibía seguir haciendo enterramientos en las iglesias o aledaños por cuestiones de salubridad. Este personaje anónimo pasará tristemente a la historia de nuestro pueblo solo por este luctuoso hecho.

Viene también a mi memoria el que yo llamo «El extraño caso de los dos hermanitos». Juan y Ginés Guirao López eran dos hermanos de 5 y 3 añitos respectivamente, que fallecieron en Cehegín el mismo día 24 de marzo de 1.928. El primero a las 10’00 de la mañana y el segundo a las 4’00 de la tarde, aquejados ambos de bronquitis crónica. Destrozados quedaron Adolfo y María, sus padres, para siempre.

Párvulos. Así llamaban en aquellos primeros años del siglo XX a los niños pequeños. Terrible estadística constatada por mí en las actas de defunción de la época, en la que tres de cada cuatro fallecimientos eran niños pequeños que morían tan solo con escasos días de vida. También, dos de cada tres adultos fallecidos eran mujeres; muchas de ellas jóvenes. Algunas fallecían durante el parto.

Otro hecho significativo, es la cantidad de hijos producidos fuera del matrimonio. Les llamaban ‘ilegítimos’ en un acto de insensibilidad puritana propio de la época. Finalmente eran bautizados y reconocidos como ‘hijos de la Iglesia’, aunque quedaban estigmatizados para el resto de sus vidas.

Afortunadamente, no todo es tristeza y luto en los singulares hallazgos de estos archivos. Una gran satisfacción me produjo encontrar la partida de nacimiento en 1.592 de Martín de Ambel y Bernad, aquel caballero que pasó gran parte de su vida recluido en la ermita de La Concepción acusado de dar muerte a don Alonso de Góngora y donde dedicó su tiempo a hacer historia de Cehegín. 

Cómo no sentir una gran fruición al dar con los certificados de nacimiento y matrimonio de mi antepasado Domingo Peñalver, venido a Cehegín desde las abruptas tierras de Albudeite a trabajar el esparto. O el acta de matrimonio de mis abuelos acaecido en 1.912. O el certificado de traslado y enterramiento de Esteban Zarco en 1.939 desde Orihuela, donde murió a consecuencia de ‘disparos’ en 1.936; así reza textualmente en dicho certificado. No es misión mía juzgar los hechos en este momento, solo transcribir lo manuscrito por don Antonio Sánchez Maurandi, cura regente de Santa María Magdalena.

Cuando menos, curioso es encontrar el acta de defunción de Matilde Maimón, la madre del cura don Manuel Rodríguez Maimón, ocurrida el 10 de diciembre de 1.931 a las 3’00 de la tarde por ‘debilidad senil’. Su propio hijo certificó con maravillosa caligrafía la defunción de su querida madre.

De estos certificados y actas he ‘bebido’ para saber dónde, el ilustre maestro y pedagogo ceheginero que brilló en tierras castellanas Martín Chico Suarez, soñó a la sombra de una higuera con llegar a ser maestro de maestros. O que Antonio López Gómez, el mítico alcalde de La Coronación de La Virgen de Las Maravillas en 1.925 que marchó a tierras valencianas, nació en el nº 29 de la calle Ramón y Cajal (calle de La Fortuna) y haber podido encontrar finalmente su tumba en la ciudad de Valencia, tras mantenerme en contacto casi permanente con su nieto José Luis López Lull, que fue quien dio con ella atendiendo gustoso mi encargo.

Emoción es la palabra para definir lo que llegué a sentir cuando pude, al fin, certificar quiénes eran los hijos del ceheginero Jesús Hernández Puerta, aquel carpintero rapsoda fallecido en 1.915, o pasear por la puerta de la casa en que vivió en calle Nueva nº 4, esquina Herreros, donde seguramente se inspiraba en la noche a la luz de un candelabro, para crear lo mismo un entrañable poema de navidad, o una tristísima oda al cementerio viejo donde su amor de hijo quedó enterrado junto a su madre.

Antonio Peñalver

27 de Julio de 2.016