Ayer me llamaron para advertirme de ‘la maravilla’ que es el mayestático belén creado por José Jiménez -¡vamos, José el del bar Gran Vía, para que nos entendamos!-y su mujer Carmen Hurtado, y que ocupa todo el salón de la casa.
Yo, ni corto ni perezoso, me he encaminado hoy hacia allí para ver con mis propios ojos la entrañable obra que, desde hace 30 años, vienen realizando cada Navidad y que, según él, les lleva al menos un mes de faena.
Primero empezaron haciéndolo con sus hijos sobre una mesa; año tras año han ido añadiendo figuras y paisaje a su hogareño nacimiento, hasta convertir el salón de su casa en un verdadero parque temático en miniatura sobre los primeros días de la vida de Jesús.
Hoy podemos ver un riachuelo con cascada y con sus patos impulsado por circuito cerrado y sus trigales nacidos en el mismo belén; sus sembrados de patatas; sus puestos de hortalizas y frutas, hogares con su lumbre y su luz abiertos a la atónita mirada de niños y mayores.
Las figuritas que representan a los lugareños parecen cobrar vida, hacendosos e incansables de un lado para otro. Una laguna con peces de colores de verdad, el castillo custodiado; las casitas hechas de obra por José con sus tejados de tejas de caña que Carmina ha ido elaborando con suma destreza; un pozo, un molino y una noria en movimiento por impulso hidráulico y, por fin, el nacimiento dominando la recreación desde lo más alto, donde arcillosos pastorcillos acuden a ver a un niño recién nacido en un pesebre, del que dicen que un día reinará en la tierra, componen el admirable y minucioso trabajo de José y su mujer Carmina.
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