Tenía su negocio en la calle de La Orden-paradojas de la vida-, en una casita que parecía colgada del famoso precipicio puntarroní, asomada al Puente del Santo. No se le llamaba burdel, ni prostíbulo; se le denominaba ‘casa de putas’. El término puticlub llegaría años más tarde acompañado del sugerente e intermitente neón. No era la única que había en el corazón del viejo Cehegín, pero sí la más popular. Nacida en los albores del siglo XX, Maravillas García ‘La Lázara’ es ya un mito en el pueblo que la vió nacer.
Cuántos de aquellos que todavía no tenían compromiso marital, subían en las noches oscuras de invierno el cuestarrón que venía a morir en el blanco lupanar, en busca de ‘gusto’ económico. Eran tan ‘nuevos’ algunos de los jóvenes allí desvirgados, que salían del putiferio con la cara tiznada del hollín de las sartenes mezclado con aceite, que ella usaba como tinte y que daba ese negrísimo color a su pelo.
Algunos pícaros se acercaban por aquel andurrial, solo para darle la tabarra al grito de ¡¡Lázara, abre!! y que ella, desde su ventana, les dijera en una especie de ‘espaliano’: «Si no hay perrini, no hay chuchini».
También aparecían por allí-dicen-a hurtadillas, algunos ‘pudientes’ renombrados del pueblo en busca de la hermosa juventud venida de otros lares, mientras sus resignadas esposas les esperaban en el diván del salón, rosario en mano, temerosas de que les pudiera haber ocurrido algo por esas calles tan llenas de bribonería.
Sus padres le pusieron nombre de virgen. Ellos qué sabían. Por las noches, las sombras de los hombres parecían fantasmas penando, ávidos de fornicio, alrededor del humilde burdel de pueblo regentado por la gloriosa Maravillas ‘La Lázara’.
Cuando la faena apretaba en época de recolecta albaricoquil o en fiestas, traía macizas muchachas, temporalmente, de otros lugares. El dinero fluía fresco en los bolsillos de los braceros. Cuando llegaban, eran el centro de conversación en bares y tabernas: -«La Lázara se ha traído de Caravaca a cuatro zagalas que dicen que están muy buenas»- comentaban los hombres apoyados en la barra con un vaso de vino de nuestra tierra en una mano y un liado de ‘Caldo Gallina’ entre los amarillentos dedos de la otra. Sus mujeres les matarían si les oyeran.
Parece que la esté viendo. Bien aseada-olía a jabón de marca-, con su negro pelo cardado. Las cejas perfiladas a lápiz sobre sus ojos brunos, dejaban ver la extraordinaria belleza que un día fue. Los labios pintados de rojísimo carmín y su cara blanca en contraste con los pómulos rosáceos, mostraban la imagen de ‘la prostituta perfecta’ de aquella época de posguerra.
El joven electricista fue despertado por su jefe a altas horas de la noche, para comunicarle que tenía que acudir urgentemente a la casa de La Lázara, pues se había quedado sin luz; hecho que en aquellos tiempos ocurría con bastante frecuencia. El abnegado y eficaz operario de la iluminación, se levantó sin apenas desperezarse; ya estaba acostumbrado y sabía a lo que iba. Para lo que nunca estaba preparado es para reparar el alumbrado mientras aquellas lozanas muchachas ejercían su trabajo al ritmo del chirrido de aquellos vetustos tálamos amatorios. El trabajo del joven electricista y la laboriosidad electrizante de ellas se fundían en una agobiante sinfonía de ruidos y jadeos; el turno tenía que correr, pues había clientes esperando y no se podía parar.
Éste, que entonces era un muchacho, me narra finalmente que, a veces, también tuvo que acudir por la mañana, una vez terminada ‘la jornada laboral’, a reparar desperfectos eléctricos ocurridos… sabe Dios cómo. Me cuenta que de una cosa sí se percataba de reojo mientras trabajaba: de la belleza y tersura de la piel de aquellas muchachas que yacían dormidas, exhaustas tras una larga noche de coyunda. -«En el fondo-me confiesa cariacontecido-, siempre tuve la esperanza de que doña Maravillas me invitara a alguna de aquellas delicias, pero nunca sucedió, yo solo tenía 16 años».
Otro buen amigo, que nunca llegó a estar allí, más que nada por razones de edad, pero que sí conoce bien al personaje por su persistente contacto con la calle, me cuenta que una muchacha venida de fuera a aplicar sus ‘conocimientos’ en casa de doña Maravillas, entabló pronto una íntima relación con un cliente; ella le confesó angustiada que cómo iba a cobrar al día siguiente si no sabía de cuentas. Él, todo arrogancia, le dijo que era muy fácil. Sólo tenía que ir anotando en la pared «polvo raya, polvo raya, polvo raya». Ella se tranquilizó al tener en su mano la solución dada por aquel simpático caballero. Al día siguiente, la muchacha había hecho 14 rayas en la pared, de las cuales una fue regalo a aquel señor que la sacó del apuro. Así pudo presentarle a doña Maravillas las cuentas de lo que tenía que cobrar por su trabajo.
A pesar de su oficio, el más antiguo del mundo, ‘La Lázara, que un día estuvo casada con un espigado alpargatero que acabó alejándose de su vida cuando regresó de la guerra, tras haber sido dado por muerto-qué iba a hacer el hombre, si se encontró con que su esposa se había convertido en empresaria del amor-, era querida por sus vecinos y considerada una buena persona. Tan es así, que una noche, un zagalón vecino del pueblo, se presentó en su casa dispuesto a pasar la noche con ella, para lo cual llevaba en el bolsillo el dinero ganado aquel día. Culminó sus propósitos varias veces hasta que, antes del amanecer, ella le indicó que ya tenía que marcharse. El muchacho se levantó sin decir ni pío y en un descuido de Maravillas, se llevó sus medias de cristal a modo de trofeo; al día siguiente había que enseñárselas a los amigos. Aquel mismo día, ‘La Madame’ se presentó en la casa del muchacho y le dijo a su madre: -«Buenos días, vengo a recoger mis medias; tu hijo estuvo anoche en mi casa y se las llevó». La madre del muchacho, llamándole a voz en grito, le ordenó a éste que las sacara y se las entregara. Acto seguido, se quitó la zapatilla y empezó a atizarle con ella mientras el chico se cubría para evitar el daño de los zapatillazos. La madre, mientras le atizaba, le decía: -«¡¡Toma, toma y toma, para que otra vez cojas lo que no es tuyo»!! O sea, le estaba castigando por hurtar las medias, pero no por haber estado de putas la noche anterior. Cosas extraordinarias de los pueblos de la profunda España de la época.
Maravillas, ya anciana y aún siendo legalmente esposa de aquel alpargatero al que nadie esperaba ya, accedió a firmar los papeles de divorcio para que la vieja compañera de éste, enfermo ya de muerte, pudiera cobrar la paga de viudedad y no quedar desamparada. Esto refrenda la calidad humana de doña Maravillas; la misma a la que quisieron ahogar en la acequia que pasaba por su calle, los hijos de un joyero forastero que se había encaprichado de ella y al que, decían, había limpiado los bolsillos.
Sin duda, Maravillas la Lázara es una mujer legendaria que acabó sus días sola en el Hospital de La Real Piedad de Cehegín, donde el cáncer se la llevó hace ya algunos años, donando todo lo que tenía a dicha institución. El sobrino al que quiso dejar todos sus bienes, rehusó su oferta; decía sentirse avergonzado de ella por ser puta. El sanitario de la época, testigo de sus últimos momentos, me narra, divertido, que ella gustaba de dormir desnuda: – «Claro…, a lo que estaba acostumbrada»-me dice entre carcajadas-. Seguramente, de no haber acabado así, la leyenda de La Lázara no habría sido la misma.
Ruego disculpas por los exabruptos, palabras malsonantes y epítetos fuertes utilizados en este relato, pues de otra forma, sería difícil situarse en el escenario de los hechos narrados.
Antonio Peñalver
Cehegín, 1 de junio de 2017
Paco Hita 24 julio, 2017 a las 3:18 pm
Como siempre !sorprendes con tus relatos¡.- Enhora buena y adelante, sigue deleitándonos.
María José 24 julio, 2017 a las 5:04 pm
Bonita manera de conocer la historia de una mujer que conociendola solo de oidas y trabajando dignamente en el trabajo mas antigüo del mundo.. Quedará siempre en la historia de Cehegin!! Enhorabuena al narrador de esta historia!!
Alfonso garcia 25 julio, 2017 a las 6:05 am
Muy buena narración ,yo la conocí,y me caía bien ,hizo mucho bueno por el pueblo