Antonio González Noguerol
Hace algunos años que el carnaval de nuestro pueblo ha derivado a un remedo brasileiro, imitando, así mismo, al de las vecinas Águilas y Cabezo de Torres de alguna manera, pese a ganar en brillantez y esplendor, ha perdido aquella esencia que lo definió a lo largo de los años entre-guerras cuando nuestros padres y abuelos eran jóvenes.
Por los locos años 20 y 30, cuando los carnavales eran un proceso anárquico total -en el buen sentido de la palabra-: las comparsas se sucedían de todos los colores con críticas a cual más incisiva, el sentido del humor reinaba por doquier, las estudiantinas con sus guitarras y bandurrias amenizaban la calle y los pasacalles de las bandas de música y las charangas se encargaban de llamar a los ciudadanos a participar.
Fue muy popular doña Antonia Musso, generosa mecenas de todo lo relacionado con el arte y la cultura popular. La estudiantina “Violetas imperiales” cantaba coplas cuyas sagaces tonadillas componía esta dama, para el carnaval de 1933:
“Somos marineros que salen de la mar, / y aquí en esta calle, vamos a cantar.
Nos despedimos con gran ilusión, / y las personas buenas quedarse con Dios.”
“La que quiera ser señora de un marinero,/vestirá muy elegante y tendrá mucho dinero.”
“Las mocitas de este pueblo han comprado una romana /pa pesar el colorete que se echan a la semana.”
“La dama que está bailando / es una gran señorona,/
y el bolero que la baila / es más gandul que una loma”.
Otras comparsas, acompañadas de bandurrias y guitarras, demandaban al alcalde: “Somos de Cañacanara, Manezuela y Algezares y vendemos los esquimos a mucho más de lo que valen… Con este pie, con otro pie, salud pedir para don Fidel, salud pedir para doña Pilar, que con su luz nos vamos a alumbrar…”.
Y una mazurca que cantaba el apreciado Bartolo de Juan Luz, con mucha emoción: —“¡Descúbrete máscara!—pues no puede ser— ¡descúbrete máscara – no puede ser no – descúbrete máscara que eres mi mujer!”— “vámonos juntos del brazo, tu eres bonita, tu eres leal…, al jardín a pasear — si se marchitan las flores, tu eres mi vida, tu eres mi amor — ¡descúbrete máscara! ¡¡ Que lo mando yo!!
El salón de los espejos del Casino, centro de ocio y de todos los festejos locales, polarizaba los bulliciosos festejos, aunque también existían otros círculos como La Peña, la Patria Chica, los Moniatos, o los teatros Benavente y Calderón, así como las sedes políticas como Izquierda Republicana, los Monárquicos, los Socialistas, Acción Popular, etc. – todos ellos centros de grandes bailes donde la recatada joven se convertía en una cortesana encubierta: -“Que no me conoces…”- provocaba la esbelta danzarina, cubierto su rostro, pero desnuda en toda su turbación con un gran descoco. Recatados arrebatos disfrazados de suspirados galanteos que consiguen el codiciado enamoramiento hasta aquel momento sin respuesta. Pierrot y Arlequín compitiendo por la sonrisa de Colombina. -“¡Que no me conoces…!”-, esta cantinela se repetía incesante entre máscaras y mascarones.
Después de la guerra civil hasta los años setenta, se sucedieron muchos avatares respecto al carnaval, teniendo en cuenta que estaban prohibidos por el régimen franquista, la gente se lo saltaba a la torera y la calle Mayor ceheginera era un hervidero de disfraces. Y del fondo de los cofres de las abuelas afloraron de nuevo los olorosos refajos, los vetustos miriñaques y polisones, los corpiños y demás abalorios con los aterciopelados antifaces que aseguraban el secreto de la enigmática máscara.
Y lo que marcó de alguna forma la fiesta carnavalesca de Cehegín: los esperpénticos disfraces con ropajes desastrados, propios de la ingeniosa imaginación de lo grotesco.
Algunas veces las fuerzas del orden no tenían más remedio que intervenir, y se montaba el espectáculo, donde no era extraño observar una desbandada por las calles adyacentes y la salida de emergencia del casino se colapsaba de embozadas en huida masificada.
Pero en el fondo todo era pura justificación de la autoridad ante posibles denuncias. Lo cierto es que el ingenio y las mordaces parodias se adueñaban del Mesoncico y la calle Mayor. Mascarones con satíricas críticas, como el Maravilloso o el Toneja, Ventanas, o Barrachina, y otros solazados personajes locales sembraban de alegría y diversión los carnavales.
También fueron famosos en toda la región los carnavales de Cehegín, en aquellos jaraneros días de los años 50, cuando se produjo la expansión urbanística de Cehegín, el barrio de las Maravillas acaparó el protagonismo ciudadano y la calle del Convento sustituyó al Casco Antiguo.
Una comparsa entonó una copla que aludía así:
“En la calle del convento, / olé que sí, saca pan, / vino, chorizo y jamón, /
hay dos niñas pintureras: / el pichón de la Carmela, / olé que sí, saca pan, /
vino, chorizo y jamón, y la otra es la Bullera…, / que lo baile quien lo quiera.”
“Antes los alpargateros / almorzaban chocolate, /
y ahora quisieran pillar / una ensalá de tomate.”
(Esta copla criticaba que con las suelas de goma se hundió la industria alpargatera.)
Y es que el carnaval es todo esto y mucho más: Estridentes alharacas, cortejos de heterogéneos colores y estrafalarios ropajes, todo un abanico de locuras tratando de perder esa timidez que durante todo el año había permanecido escondida bajo el otro disfraz….Eran otros tiempos y otros carnavales…
« ¡Que no me conoces…! »
manuel 16 febrero, 2015 a las 10:48 pm
Me ha encantado, genial!!!!
Victoria 17 febrero, 2015 a las 2:36 pm
A mi lo que más me molesta, es que los míos y yo seguimos disfrutando del carnaval de esta manera y todos los años cuando salgo de máscara sábado de carnaval tenga que oír:» las máscaras son el martes», perdona? Viva el carnaval de cehegin.