Corría el año de mil setecientos veintidós y las fiestas del Patrón de la Villa ya no eran lo que habían sido en otro tiempo. Era por aquel entonces mayordomo de San Zenón el presbítero don Martín Pérez Espín. Entre sus funciones se hallaba la de recoger las limosnas y, con ellas, celebrar la fiesta anual y patronal del susodicho santo. Pero ¡ay! que un tiempo antes una gran mayoría de vecinos, tanto del pueblo como su término, decían, tal vez temerosos y quizás hartos de que la limosna tomase algún otro camino menos pío y más mundano que aquel al cual debía ir destinada, que sólo la darían si
“se çelebraran y festtejara el Glorioso Santo con las fiestas que ordinariamente se ejecuttaban los años antecedentes, nombrando capitanes para los alardes, juegos de toros, comedias y demás que era costumbre…”
Se quejó pues el sacerdote amargamente al Concejo de la falta de dinero que había para poder celebrar la festividad con la decencia y devoción que, según él, se requería para tal caso.
“ Por cuio motibo biendo que mi solicitud y trabajo era cuasi infruttifero por la poca o ninguna limosna que se recogía, presenté petiçión ante vuesa merced representando esttos motivos a que si de término quedando io seisçientos reales asegurados de dichas limosnas se çelebrarían las fiestas en la forma que en lo antiguo se açían”
Así se dirigía don Martín Pérez Espín en el mes de mayo del año 1722 al Concejo de la Villa de Cehegín. No obstante, al parecer, la opinión general de la población había ido cambiando conforme pasaba el año anterior de 1721 y avanzaba la primavera. Eran los tiempos, según se manifiesta en la documentación de la época, de sequía, y muy pronunciada, lo que provocó malas cosechas en los campos con la consiguiente falta de trigo y los problemas que ello, evidentemente, conllevaba en una sociedad en la que el pan era la base de la alimentación (de ahí el término companaje, en relación a los alimentos de una comida puestos como acompañamiento del pan). En pura lógica los vecinos, llevados en unos casos por la devoción y en otros por la religiosidad, cuando no por la superstición, hubieron necesariamente de achacar los males que venían sobre el pueblo precisamente como castigo del Santo Patrón a causa de que no se celebrasen dichas fiestas en su honor.
“ y aora biendo que cuasi todo el pueblo en general está con el desconsuelo de que no se çelebren dichas fiestas en obsequio y onra de dicho santo les pareçe es motivo de las esterilidades y falta de llubias que estamos experimentando y padeçiendo, lo que al contrario suçediera si se hiçieran…”
Las fiestas de San Zenón, según sabemos, al menos desde el siglo XVII eran fiestas de pólvora, de toros, de moros y cristianos, de alardes de soldados, de comedias, de bizcochos y dulces; fiestas populares al fin y al cabo, donde el componente laico, la diversión y el desahogo del pueblo llano en la calle eran tan importantes como el componente religioso, severo y rígido, de puertas adentro de la iglesia. Pero el miedo al castigo divino andaba tan enraizado en la cultura popular que la causa de los males siempre se buscó, alentada desde los púlpitos, en la ira celestial como reprimenda por los desmanes humanos y no en cuestiones puramente terrenas.
Lo cierto es que a partir de este año los festejos se revitalizaron, mas no debió de quedar el Patrón muy satisfecho con ello pues durante años la sequía continuó, con intervalos, para ahondar en ese mundo de pobreza crónica tan característico de las sociedades rurales del Antiguo Régimen y, en esta época, aún más acentuado con la herencia dejada por la Guerra de Sucesión y los vigentes conflictos en política exterior, que provocaron una situación económica en los concejos casi dramática, ya que en ellos recayó una parte importante en la financiación, tanto en hombres en edad de trabajar, que debían partir a la milicia, como en impuestos destinados al mantenimiento de los ejércitos reales.
En el año mil setecientos veintinueve, llevado por la situación, el Concejo, tal vez viendo que las rogativas a la Virgen de la Peña, los ruegos a San Zenón y las llamadas a San Sebastián contra las plagas y enfermedades que, según parece, azotaban el término de Cehegín, no surtían el efecto deseado, decidió mirar hacia los muros conventuales de la Comunidad de Frailes de Nuestro Padre San Francisco, donde se veneraba una imagen que de muy pocos años a esta parte había llegado desde Italia, conocida bajo la advocación de Nuestra Señora de las Maravillas. El Concejo decide implorar su protección. He aquí, lectores, el germen e inicio del patronazgo de la Virgen de las Maravillas de Cehegín y con ella de las actuales fiestas en honor a dicha imagen.
“Decretan Sus Mercedes que en atención a que este pueblo y sus términos son plagados de tempestades y otros daños, que por la Divina Misericordia los esperimentamos mediante nuestros pecados, y para aplacar la Diuina Justicia los christianos tenemos el asilo y por medianera a María Santísima, Nuestra Señora, por cuyo medio nos socorre Dios Nuestro Señor, y considerando este Concejo que en el convento de Padres Misioneros Apostólicos de Nuestro Padre San Francisco, de esta villa, se venera una imagen de María Santísima con nombre de las Marabillas y que para el remedio de estas necesidades conviene ponerla por medianera y protectora, para que por este medio y mediante su santísima intercesión su Diuina Majestad se digne de mirarnos en su piedad. Por lo cual decretan Sus Mercedes nombrar y llamar por su protectora y auogada a dicha imagen de Nuestra Señora de las Marabillas, y, para mayor culto y veneración, en el día en que se celebre la fiesta en dicho convento a esta Señora, asista este Concejo a ella, y para los gastos que se ofrecen para la mayor celebridad se libren cada un año de los propios de este Concejo ciento y cincuenta reales vellón. Y para que se tengan seguros y por librados se señala por la renta que en la de un año produce de la almotacenía, propio de este Concejo.
Y lo firman Sus Mercedes
D. José Carreño y Muñoz
D. Pedro Hidalgo Pérez
D. Pedro Chico de Guzmán
D. Alonso Antonio Carreño
D. Gonzalo Martínez Gil
D. Fernando López García
D. Mateo Martínez Pérez
D. Salvador Carmona Guirao
D. Damián Pérez Lorencio
D. Santos Fernández de Cuenca Piñero”
En efecto, la primera Función de la Virgen se celebra en dicho año de 1729 con la asistencia del Concejo en pleno al convento franciscano para asistir a las celebraciones que ya los frailes realizaban por la festividad de Santa María. En los años siguientes anualmente se nombraban unos comisarios concejiles encargados de organizar la función y fiestas de la Virgen en cuanto le correspondía al mismo Concejo, administrando el presupuesto que éste destinaba a las celebraciones.
En la documentación concejil del siglo XVIII no es infrecuente encontrar en las elecciones de las mayordomías el que aparezcan nombrados como copatronos, junto a San Zenón, la Virgen de la Peña y Nuestra Señora de las Maravillas. Por ello podemos hablar perfectamente de la segunda mitad de este siglo como el de los tres Patronos.
En fin, el tiempo pasó y el siglo XVIII siguió muy inestable, con fuertes sequías en toda su segunda mitad, brotes epidémicos periódicamente, plagas de langosta algunos años y algunas otras inclemencias. También, lógicamente, hubo años buenos como lo demuestra el crecimiento poblacional que Cehegín va experimentando en este periodo, en algunos casos mediante el empadronamiento de forasteros que se instalan con sus familias. Habitualmente se recurrirá, como siempre se hizo, desde muy antiguo, a la Virgen de la Peña, trayéndola en rogativa desde su ermita hasta la iglesia de la Magdalena. Al final, ciertamente, todo hubo de seguir igual. Unos comían pan blanco, otros negro, y, algunos, ninguno.
Texto y fotografía: Francisco Jesús Hidalgo García
Aún no hay comentarios en este artículo