Nos venimos ocupando de las historias recientes y nos olvidamos de las lejanas que son, en cierto modo, sobre las que se ahormó nuestra idiosincrasia en lo urbano y en lo humano, sin olvidar que Cehegín ha sido una de las poblaciones que más visitantes, por no decir invasores, recibiera.
Vamos a olvidarnos de los visitantes primitivos, incluso de los romanos a los que debemos la santidad de Restituto, por el martirio que padeció en tiempos de Diocleciano, en la ribera del Argos. A los romanos debemos lápidas que justifican su paso por aquí y a los visigodos la cátedra episcopal de Begastri, capital religiosa de la Deitania, en la ribera del Quípar.
La presencia de los bereberes, con la tribu de los Zenegíes, levantan entre las dos colinas que forman el actual Cehegín una población amurallada, auténtica ciudadela, que coronaban los torreones, que el vulgo llamaba ‘el castillo’.
La presencia de ‘los ocupantes’ dura más de ocho siglos, durante lo cual muchos de los antiguos moradores intentan conservar su fé cristiana e incluso logran alguna conversión en la Aljama de Canara sita bajo el torreón, hoy convertido en Ermita de la Virgen de la Peña, que fue venerada como primera patrona de la población tras de la dominación.
El príncipe Alfonso, hijo de San Fernando y luego Rey Sabio, dirige a sus guerreros en la Reconquista, y parece que el sufí Ibn Araja estuvo por aquí camino de Alejandría donde se juntó con su maestro, el gran Ibn Arabí, atribuyéndosele un poema que dice:
“el agua de estos pantanos
es agua de amargas hieles,
pues de ellas, los cristianos,
han bebido sus corceles
y se han lavado las manos”,
y es que el sufí era un hombre buscador de Dios pero intransigente y dominador.
Una crónica, apócrifa, decía que el rey moro de Murcia, Ben Hud, galopó por el Zenegí, o Zehenegí, de cuyos paisajes era un admirador, pero además pasaba revista a los buscadores de oro por la Sierra del Quípar, de plata por la de Burete y de hierro en la entrañas de Gilico.
La Reconquista va siguiendo sus hitos y en el año 1286, Sancho IV otorga a Cehegín el Fuero de Alcaraz.
El año 1413, queda como villa independiente, desligada del alcaide de Caravaca, pero será Felipe II el que dirimió las peleas entre estos dos pueblos por cuestión de límites, siempre discutiendo y siempre amigos.
Bullas tuvo pila propia en 1664 y se emancipó en lo civil en 1869.
Desaparecido el Temple, hace su presencia la Orden de Santiago que ocupa los torreones ‘del castillo’ y lleva lo administrativo por medio de la Encomienda y lo religioso por el Curato dependiente de la Vicaría ‘vere nullius’, ambos con residencia en Caravaca, que duraría hasta el año en que asume la cura de almas en plenitud el obispado de Cartagena en virtud de disposiciones pontificias y del Concordato de 1852.
En este siglo, el XVII, cuando se fan formando los caminos que se consolidan en el siguiente, es cuando llega la imagen de la Santísima Virgen de las Maravillas el día 25 de julio de 1725 al colegio de Misioneros franciscanos que estaban aquí desde el 1566, y Cehegín comienza a ser más conocido por las gentes que vienen atraídas por la fama de la imagen y, de hecho, por el paisaje y la riqueza agrícola de su entorno, lo que abre una brecha en los libros parroquiales con la irrupción de nuevos apellidos de varones que vienen a enriquecer las endogamias al uso.
El año 1813, en los estertores de la Guerra de la Independencia sufre Cehegín el asalto de las tropas francesas del mariscal Soult, en su retirada hacia Valencia, que dejan a la población extenuada y arruinada.
La restauración de Fernando VII es muy mal acogida y se deja sentir, siendo a partir de reinado de Isabel II cuando los personajes cehegineros se destapan y comienzan a actuar en política en la capital, Murcia, y en la corte, Madrid. Hay dos familias imperantes, pero amigas, la de Álvarez-Castellanos y la de Chico de Guzmán, en sus distintas ramas, pero eso es ya casi historia de hoy.
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