No seré yo quien juzgue la moralidad de nadie en lo que a empatía se refiere, dado que cada cual a su juicio divierte su condescendencia en una u otra dirección siempre anteponiendo el interés propio al general.
Sería de pensar que cuando el mal (llámese a lo que destruye valores humanos) se apodera de la economía, se resquebrajan los cimientos de tantos abuelos y abuelas que dieron sin paz su tiempo de vida en hacer patria y patrimonio para sus predecesores.
Paseando por el tapial de una acequia, me encontré con un septuagenario vecino del pueblo que con maestría intentaba cerrar el tablacho que daba caudal de riego a su huerto. Sin más pena que la del agua que se escapaba por el brazal a pajera abierta, me miró y solicitó con un suave «mira a ver si arbanzas a coger un puñao de yerba que cierre aquí» mi ayuda.
Presto a mutilar la sisca, le pregunté porque a su edad aún se empeñaba en tal cometido, ya que conocido era por mí, su poder adquisitivo, amasado en parte por el fruto de la tierra y el desgaste de su lomo.
¿Cuantos años tienes? Me preguntó.
Pues voy por 37 le dije. Con un suspiro de final de tarea, se sentó en el tapial y empezó a contarme que cuando tenía mi edad 5 hijos bien criados ya pululaban por la casa que él mismo había levantado junto a sus tres hermanos. Esa misma casa, ahora la habitaba un ingeniero con su esposa y dos hijos. Éste, había llegado al pueblo con poco tiempo y la arriesgada misión de optimizar el gasto descomunal del agua de riego, que hasta ahora era «a portillo». La modernización del riego trajo el goteo. Un goteo necesario, pero que para toda una comunidad de regantes suponía trascender más de un milenio de cultura agrícola y práctica.
– No es que quiera yo negar lo que hace bien a todos. Solo siento que el ingeniero, además de haber soltado CUATRO perras por lo que tanto sudor costó, dicha sea mi casa, ahora, nos habla con tono de alcalde vecino. Más empeñado en obligarnos a decidir que en explicar el porqué debemos pagar un desorbitado tributo acuícola. Yo no conocí la guerra, la de aquí de España ¿sabes?, pero si la guerra en los bancales y la nueva normalidad de entonces. La que daba privilegio de riego a los que tenían la tierra en la cabeza de la acequia. Ahora sus nietos, tienen la modernización. Y nosotros pagamos más. Por eso. Por lo moderno.
No ha cambiado nada. Pero una cosa te digo, mientras agua pase por la acieca, regaré.
Mi abuelo decía » agua que del cielo cae, comida a la mesa trae»
Y claro, esas mangueras, y el ingeniero vinieron en un camión.
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