Tras unos años en obras de saneamiento y rehabilitación de la señorial mansión que fuera un día la del Marqués de San Mamés y desde el año 1860 Casino de la ciudad, el edificio volvió a abrir sus puertas en enero de 2009, y a encender las luces. Justo cuando se cumplíann los ciento cincuenta años de aquella efemérides.
El prócer don Alfonso Álvarez-Castellanos y López le compró ese edificio de finales del siglo XVIII al Marqués que quería fijar su residencia definitiva en Caravaca y reducir su patrimonio en Cehegín, como así fue.
Determinado señorío de Cehegín sentía la necesidad de poseer un Casino, aunque disponían del gran vestíbulo del Mesón, ubicado en la Placeta del Sol, contigua a la calle Mayor, y en las noches de verano ocupaban la placeta (que llamaron “Mesoncico”); pero, no, ellos, comenzando por Castellanos, necesitaban un Casino, con todos los honores.
Difícilmente había en la calle Mayor un edificio de tales características, con ventanas a la inmensa vega y con espacios para los distintos juegos a los que eran aficionados y proclives. Además, la cultura, como se concebía a la sazón, necesitaba un medio de expansión y, desde entonces, conciertos y conferencias, así como bailes de sociedad que se daban frecuentemente cita en los salones que se iban adecuando.
El Casino, alcanzó tal prestigio que obtuvo correspondencia con otros del partido judicial y aún de la capital, Cartagena y Lorca.
Desde los balcones y terrazas altas del edificio, ubicado en la Calle Mayor, frente a la de Alonso Góngora, se divisaba la ruta y vega de Caravaca. La calle Mayor, cordón umbilical que se abrió desde el antiguo Consistorio, para dar salida al Casco Viejo con la expansión urbana de la villa; paso forzado para la Parroquia de la Magdalena y hacia el
grato Mesoncico
que derrama la gente
como un Toledo
ideal de camuflaje.
Ahora, esa calle es un clamor de belleza, también recuperada en sus fachadas y en las mansiones, cuando el Casino vuelve a la vida de los aconteceres locales, pese a que el Casco Antiguo es un remanso de paz; mientras en el Cehegín expansionado con las nuevas barriadas que se han ido construyendo late el pulso de la actividad y de una vida que diríamos febril.
Un día del año 1958 llegó el cartero con un certificado que era una bomba a fecha fija y es que, la heredera entonces, tras muchos años de arrendamiento tras del gran Castellanos, desahuciaba a la Sociedad que se sumía en una tragedia incruenta que anonadaba a la variopinta relación de sus socios, que, ya no eran los caballeros de mediados del siglo XIX, sino un gran manojo de hombres y jóvenes de mediados del siglo XX que querían la renovación social del pueblo agrícola e industrial.
Dimitió la Junta Directiva, se eligió una gestora de notables que se fueron a Madrid, como otrora hicieran para ver a Cánovas del Castillo, o al Marqués de Pidal, pero el ultimátum era para vender y comprar, o a la calle, y de momento, entrega de la llave. A pesar de los años transcurridos, no recuerdo un mayor sentimiento colectivo de orfandad ni de humillación, que se resolvió con la reacción natural: comprar. Y se compró, con participaciones personales de 2.000’- pesetas, poniendo determinada Caja de Ahorros una línea de préstamos especiales para los jóvenes y adultos que los solicitaron. Y, el Casino, volvió a abrir sus puertas. Como hoy.
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