‘Una triste página de la historia local’. Por Abraham Ruiz Jiménez, cronista oficial de Cehegín

 

 

Me sugieren amigos de Cehegín que me ocupe también de hechos recientes, temas que muchas personas de mediana edad desconocen y otras a las que las noticias les han llegado deformadas.

Tal es lo acaecido el día 9 de marzo de 1936, que tan graves consecuencias tuvo y que han sido recogidas y narradas cumplidamente en un libro reciente por el Rv. Miguel Écija Rioja, sacerdote y profesor jubilado de historia, pero que quizás no ha tenido la suficiente divulgación, corriendo todavía múltiples leyendas deformadas.

Con la brevedad que nos exige este espacio semanal y con el respeto que demandan las historias contrastadas por documentos fidedignos, vamos a recordar lo que ocurrió hace setenta y cuatro años; aquel hecho tan doloroso en la entraña ceheginera que propició que ardiera el riquísimo patrimonio artístico de ciertas iglesias y que dos de ellas fueran pasto de las llamas y una tercera destrozada en su interior.

Nos situamos como premisa en el clima tan enrarecido existente en el país después de las elecciones de febrero de 1936 y vamos a trascribir literalmente lo que dice Écija Rioja: la incultura del populacho se creyó con patente de corso para perseguir impunemente a la Iglesia que identificaban con la derecha, tan aborrecida y denostada. En un ambiente turbio y negro de odio, se alentó en una taberna una bravuconada propuesta por matones, aturdidos y dominados agresivamente por la bebida quienes, antes de amanecer ese día nueve de marzo [de 1936] de noche, decidieron levantar de la cama al cura párroco don Manuel Rodríguez Maimón, dispuestos a lo que se presentara, y así, con esta siniestra decisión se dirigieron a la puerta de la casa parroquial sita [entonces] en la calle La Unión, debajo del Hospital.

 Con gritos amenazantes lo llamaban aporreando la puerta para que bajase a la calle, desafiándole con groseros voceríos, insultos y blasfemias, según testificaron los vecinos.

 No había posibilidad de avisar a la autoridad para que disuadiera de tamaña maniobra a unos locos, uno de los cuales A.A.F., de profesión bracero, de cuarenta años de edad, presumiendo de valiente y más decidido que los acompañantes escaló la reja izquierda del bajo de la citada casa, y agarrado a los barrotes del balcón y a los brazos del cura  -que había salido al exterior del mismo intentando evitar tan siniestra maquinación-, bregaba para arrojarlo por el balcón; como un acto de elemental defensa física, logrando desasirse de las manos del amenazante y violento agresor, quien forcejeando y desenganchado de los barrotes del balcón y de los brazos del cura, cayó desplomado a la calle. El fallecimiento del asaltante fue por shock y hemorragia cerebral.

Es imposible que me detenga en detalles, pero lo que ocurrió después es que aquella masa de agresores actuó contra los templos, como queda dicho, y al día siguiente prendieron fuego en los patios del Convento de los Franciscanos a las imágenes que se habían salvado y que muchos fieles escondieron en sus casas.

El Cura don Manuel, hombre de poca salud, diabético, de cincuenta y siete años, era cura párroco titular de la única Parroquia de la población, en cuanto pudo se presentó a la Guardia Civil y al día siguiente fue trasladado a la Cárcel Provincial de Murcia por la Guardia de Asalto. Juzgado en la Audiencia Provincial fue condenado a dieciséis años, sentencia recurrida y vista en el Tribunal Supremo, el día 17 de julio, víspera del llamado Alzamiento Nacional, fue absuelto por falta de pruebas fehacientes, pero no saldría en libertad hasta terminada la guerra, en que renunció a su parroquia y pidió ser destinado como Capellán del Cementerio de la capital, actuando como defensor el antiguo alcalde de Murcia y abogado don Francisco Martínez García, hoy Siervo de Dios, pues terminada la vista marchó a Tribaldos (Cuenca), pueblo de su esposa, donde pocos días después, fue martirizado.

Hace unos años se presentó en el Ayuntamiento de Murcia un precioso y documentado libro que el periodista Pedro Soler ha dedicado al Siervo de Dios Francisco Martínez García, pero quizás ha quedado un tanto confusa la muerte que se atribuyó al citado cura párroco, bebiendo en fuentes cehegineras; pero, ojo, no todas bien documentadas por lo que digo al principio; por eso, aconsejo también la lectura del libro de Écija Rioja titulado ‘Parroquia Mayor de Santa Mª Magdalena de Cehegín’, que además contiene páginas importantes sobre la historia de dicho templo que recientemente ha sufrido una restauración que le ha devuelto el esplendor y grandeza de siempre, de fácil adquisición  en las librerías.

 

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