La población siempre ha sido muy vulnerable a los cambios climáticos y los que estudiamos la historia de Cehegín sabemos perfectamente de qué manera el clima ha influido en la evolución económica y social de este pueblo. Podemos ver perfectamente cómo los periodos de mejor evolución económica han sido aquellos en los que el clima ha sido relativamente benigno y adecuado para un mayor rendimiento agrícola, como el siglo XVI y el siglo XVIII entre 1730-40 hasta 1770 aproximadamente. Sabemos que el siglo XVII fue frío y seco en Cehegín, y un periodo de grave crisis económica y poblacional que ya se comienza a intuir a finales del siglo anterior.
Conservamos documentos capitulares del Concejo que nos hablan de que una tercera parte de la población ha abandonado la villa hacia 1670 porque las intensas lluvias torrenciales lo han arruinado todo, incluso muchas casas. Sin embargo este siglo es frío y seco, como decimos, con episodios puntuales de fuertes lluvias. El siglo XVIII fundamentalmente es cálido y con periodos alternos de sequía y lluvias torrenciales, sobre todo en su segunda mitad, lo que favoreció en extremo la propagación de enfermedades trasmitidas por los mosquitos, que hoy consideramos como tropicales, como el paludismo, con algunos episodios dramáticos como el de 1672, con casi 300 muertos adultos, sin contar los niños, lo cual incidía de manera determinante en la economía, y la pérdida de mano de obra resultaba ser un asunto muy problemático.
En estas sociedades del Antiguo Régimen la población era muy sensible a los cambios climáticos, ya que una sequía podía arruinar las cosechas de cereal, que eran la base de la alimentación, fundamentalmente el trigo y el centeno, provocaba plagas de langosta, problemas de abastecimiento de agua, etc. Con las lluvias torrenciales se formaban marjales que eran un gran foco de enfermedades.
Muy interesante resulta el conocido como «Año sin verano», el 1816, cuando la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, afectó a buena parte del hemisferio norte, y ahora empezamos a tener noticias de cómo también afectó a nuestra tierra, a pesar de la lejanía.
Un desatre, muy llamativo por las fechas en que se produjo, fue el temporal de frío que se cernió sobre esta tierra a finales de abril y principios de mayo del año 1857, de modo que su pico estuvo en los días 27 de abril y 2 de mayo, con una helada descomunal que provocó, no solo la pérdida de gran parte de la cosechas de verduras, legumbres y frutas del término municipal, sino que además se perdió más de la cuarta parte de la producción de vino de ese año, porque las viñas se vieron muy afectadas, según las actas capitulares de 1857. Era la alcaldía de don José Montañés y Béjar. Fue necesario tomar medidas para evitar que las graves pérdidas afectaran a los jornaleros y a sus familias, porque ellos vivían al día con su salario, y ese año el trabajo para ellos bajó considerablemente, sobre todo durante la vendimia.
Una buena fuente de información para las cuestiones del clima son las rogativas, por ejemplo a la Virgen de la Peña o a San Sebastián, que se realizaban hasta el siglo XVIII o principios del XIX, porque nos dan indicios claros sobre lo que estaba sucediendo en un momento concreto. Hoy en día deberíamos de tener más en cuenta estos temas porque nos creemos inmunes a estas cuestiones, considerándolo cosa del pasado, lo cual, evidentemente, no es cierto.
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