Tertulia en la fragua

Antonio Peñalver 2

Antonio Peñalver Corbalán

Son las 6.30 de la tarde. El calor en la señorial Cuesta de El Parador, repleta de soberbias casonas solariegas cerradas a cal y canto, hace imposible aligerar el paso hacia mi destino: la pequeña fragua de hojalatero situada casi al final de la misma en un humilde semisótano, testigo durante tantos años de martillazos en el tas y chispazos de soldadura.

Enclavada entre el estanco de ‘El Julián’, el amable republicano que, además de tabaco, vendía ilusiones a los zagales entre aromas de buenos puros habanos y golosinas multicolores, y la que un día fue tienda de electrodomésticos regentada por ‘El Rubio’ y más tarde conocida como de ‘El Ruton’ por su hijo Fernando (Allí, en una televisión ‘Askar’ en blanco y negro, naturalmente, tuve la fortuna de contemplar, sentado en el suelo, los últimos escarceos futbolísticos de Puskas y Di Stéfano y las primeras diabluras de Amancio Amaro, aquel joven gallego que sentaba a los defensas por el flanco derecho del césped del Bernabéu).

Entro de forma agónica en el pequeño recinto, ennegrecido por los humos donde en su día se forjaron sartenes migueras, llandas, moldes de mantecados y candiles, conservando todos los artilugios, enrobinados ya, colgados en la pared y que, en su día, fueron imprescindibles para el buen hacer del maestro Pepe, hojalatero de profesión y chófer en sus ratos libres; hincha incondicional del Athletic Club de Bilbao, en lo alto de sus paredes siguen vivos algunos viejos cuadros de ‘El Chopo’ Iribar y «su» mítico equipo de los Arieta, Uriarte y Rojo.

Allí, sentado en una vieja silla de anea, rodeado de amarillentas fotografías que historian un pasado feliz, y junto a una vieja estufa que nunca se enciende aunque estemos tiritando de frío, se encuentra Ramón, que un día heredó el ancestral oficio y el apodo de ‘hojalatero’ de su padre. Jubilado ya, anda el hombre forjando alguna pequeña obra de artesanía, cuando no rebanándose los sesos con un sudoku, mientras espera que acudamos para moderar la tertulia de cada día, como anfitrión que es de la pequeña factoría metalúrgica.

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Al poco, aparece Juan ‘el de los bloques’, hombre sosegado que suele aportar cordura en el candor de las discusiones. Un minuto después, sabemos que ha llegado Rufino Ruiz, pues tiene la costumbre de avisarnos estruendosamente, repiqueteando con su llavero la vieja sartén sin estrenar que cuelga en la puerta de entrada, y que nos sirve de señuelo para saber que el local está abierto; su situación favorita es recordar y relatar el pasado.

Tras un corto espacio de tiempo, ya estamos todos acomodados en sillas de espadaña de diferente diseño y alguna silleta playera que nadie quiere en verano, pues se pega a la espalda. Joaquín ‘El Mojama’, siempre tiene alguna anécdota a propósito de lo que se esté hablando. Nos viene proponiendo desde hace tiempo degustar su apodo, pero de momento… Jesús Zarco, conoce como nadie los entresijos de nuestro pueblo y sus gentes; siempre tiene alguna atrayente historia que contarnos.

Pedro ‘El Cañamones’ y sus relajantes chistes picantes que desarbolan cualquier atisbo de enconamiento. Javier ‘El Romano’, hombre de derechas sin tapujos, siempre con algún pequeño tesoro en forma de antigüedad que acaba de recoger de algún sitio insospechado, y que termina enseñándonos con verdadero celo. Y Alfonso ‘el de la Imprenta’, antimadridista irredento, con ganas de hablar siempre de fútbol, dice que lo que más le gusta es dar el follón a «los madrileños», él quiere decir madridistas.

Alguna vez nos honra con su visita, si se encuentra en el pueblo, don Javier Sánchez de Amoraga y Garnica, madrileño de nacimiento y ceheginero de corazón. Hombre sabio y de una sencillez insultante, al que no duelen prendas en compartir con nosotros cualquier tema que se trate.

Cada día surge una cuestión distinta. Ayer arreglamos el mundo hablando de política, mañana tocará fútbol con Real Madrid y Barcelona como telón de fondo, pasado mañana hablaremos de algún vecino conocido que ha abandonado esta triste vida de manera involuntaria. Al final, siempre acabaremos dando un nostálgico paseo por el pasado; pasado que todos conocen mejor que yo por razones de edad, que solo puedo escucharles con fruición.

Y si Dios quiere, hoy lo haremos alrededor de una tabla sobre dos cajas de la fruta, que servirá de improvisada mesa para degustar sobre ella unos buenísimos minchirones al estilo Pedro ‘el de la Pichoncha’, los mejores del mundo, cocinados por la santa esposa de Juan el de los bloques, y un delicioso vino de la tierra. Que aproveche.

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