Durante el siglo XVI aparecieron varios impuestos nuevos ante la imperiosa necesidad que tenía la Corona de recaudar más fondos por las incesantes guerras y los problemas económicos derivados de ellas. Sin duda, ello provocó un mayor empobrecimiento de la población, ya que, evidentemente, el gravar productos alimenticios provocaba automáticamente la subida del precio, y la pobreza, fundamentalmente en Castilla, junto a las grandes desigualdades sociales, a finales del siglo XVI, era grande.
Felipe II instauró el llamado servicio o impuesto de Millones en el año 1590, que gravaba el consumo de vino, aceite, vinagre, jabón, carne y las velas de sebo. Evidentemente el gravar el consumo del vino o la carne fue algo letal para las clases no privilegiadas que veían cómo, cada vez más, se veían extenuadas. No obstante la nobleza no estaba exenta de pagar este impuesto, pero realmente a los grupos adinerados parece ser que no les afectó en demasía.
El impuesto se venía renovando cada seis años y así se mantuvo hasta el siglo XVIII.
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