El evangelio de San Lucas dice que las dos madres eran parientes. Las dos futuras madres: María Santísima, de Jesús y Santa Isabel, de San Juan; este San Juan del barrio de la Plaza de Toros. San Lucas dice poco y hay que recurrir a las hagiografías.
Que eran parientes y pienso yo, que debían de ser muy próximas, o muy unidas, cuanto noticiosa Santa María, que llevaba en su seno al futuro niño Jesús, de que Isabel estaba encinta se pone en camino hacia las montañas de Judea para visitarla, caminos por los que había pasado, años atrás, el arca de la alianza del Señor que recibía culto en el templo donde el sacerdote Zacarías, anciano, como su esposa Isabel, ejercía su ministerio. Quizás fuera la ancianidad de ambos lo que anima a María, que se parecía de guapa a la imagen de Nuestra Virgen de las Maravillas, a emprender tan molesto viaje.
Al encuentro de aquellas dos futuras madres, el hijo futuro de Isabel salta de gozo en el seno de ésta. Es el momento en que María pronuncia las palabras que conocemos como el Magníficat:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
Porque ha mirado la humillación de su esclava.
Y Santa Isabel comprendió que era el Salvador, en la envoltura materna que la visitaba:
De donde tanta dicha
que estoy recibiendo la visita de la madre
de mi Señor…
Treinta años después se encontrarían Juan y Jesús, en la orilla del río Jordán, y el Bautista exclamó:
Este es el Cordero de Dios, que quita los
pecados del mundo,
Juan, el último profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo, que bien a su pesar escanció sobre las sienes del Mesías las aguas bautismales, y digo “bien a su pesar”, pues se consideraba indigno de tal ministerio.
Muchos siglos después fue naciendo Cehegín, más adelante llegó la Virgen de las Maravillas, el pueblo fue creciendo en torno a su Santuario, por los cuatros costados; al otro lado de la carretera, un Sr. alcalde, y señor por nacencia, construyó una plaza de toros, en torno a la cual fue naciendo otra barriada a cuya primera calle pusieron el nombre de este San Juan, al que profesaban, el Bautista, que morando en el desierto se cubría con una piel de camello y comía saltamontes y miel silvestre, el “San Juan de Junio” que decían los huertanos. Y esta calle dio su nombre al barrio, que en el mes sexto se viste de fiestas anuales.
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