Hoy les dejo un capítulo del extenso trabajo de investigación titulado “La epidemia de cólera morbo-asiático del año 1855, en Cehegín”, que escribí en el año 2008. Tengan todos los lectores un buen martes. Feliz día. Vamos avanzando poco a poco, ya queda menos.
“Con esta fecha ha sido declarada oficialmente en esta ciudad la epidemia del cólera–morbo asiático, si bien sus invasiones hasta el momento son poco numerosas. Dígolo a V.M. para su debida inteligencia. Dios guarde a V.M. Caravaca, 18 de julio de 1855”
Con esta fecha se envía desde Caravaca al Ayuntamiento de Cehegín oficio indicando que la epidemia de cólera ha llegado hasta esta ciudad. En este momento la provincia de Murcia está invadida ya del cólera y solo es cuestión de un par de semanas el que la enfermedad sea declarada oficialmente en la villa de Cehegín. Aunque ya se estaban tomando las medidas que se creían adecuadas desde hace tiempo la invasión es algo inevitable. El día 20 de julio se reúne la Junta Municipal de Sanidad para estudiar el tema y publicar un bando de advertencia. El día 27 del mismo mes, con el miedo ya cogido en el cuerpo y ante la espera de la llegada inminente del cólera, pues ya en estos días se había dado algún caso en el pueblo, la Junta se vuelve a reunir bajo la presidencia del Alcalde Constitucional don Amancio Ruiz de Assín y Sahajosa para acordar varias disposiciones relativas a qué hacer en caso de la invasión colérica. En primer lugar se crea un turno para los concejales que se irán relevando de dos en dos cada veinticuatro horas, habiéndose de presentar en la Casa Jaspe, propiedad de don Ginés Chico. Así, se indica que mientras no haya epidemia solo serán citados dos personas que tendrán la obligación de acudir con sus caballerías para trasladar a los posibles muertos al cementerio, así como convocar a seis vecinos de los que no tengan bestias de tiro para poder ayudar a llevar enfermos al hospital o muertos al camposanto. Aquellos vecinos que no cumplan lo mandado podrán ser multados con diez ducados, pena de cárcel de 20 días y sin perjuicio de que se le abra una causa por los perjuicios provocados. Los vecinos que quieran emigrar podrán hacerlo, pero deberán de dejar intereses disponibles a cargo de sus mayorales u otras personas para contribuir con la parte proporcional que les corresponda.
Conforme va pasando el mes de julio las medidas de prevención ante lo que se avecinaba iban siendo cada vez más drásticas a la vista de la situación que se daba en los pueblos limítrofes, especialmente Caravaca. En la junta de 29 de julio de 1855 ya se es absolutamente consciente de que la enfermedad va a invadir sin remedio alguno la villa. Para ello se comienza tomando la determinación de poner guardias permanentes en todas las entradas al casco urbano para impedir que nadie procedente de ningún pueblo cercano pueda acceder a Cehegín. Especial celo se habrá de tener con Caravaca que, como hemos comprobado anteriormente, ya sufría la epidemia. Solo se permitirá la entrada a aquellas personas que presenten un certificado de que han realizado cuarentena y están sanas. Es en este momento cuando se declara como lazareto, que ya lo ha sido otras veces, la ermita de la Virgen de la Peña, lugar en el que habrán de hacer cuarentena aquellas personas que vengan de lugares donde se ha extendido la enfermedad. Los labradores y colonos únicamente podrán entrar al pueblo a comprar medicinas o útiles de máxima necesidad. Otros artículos van referidos a la necesidad de contratar un dependiente de justicia con el carácter de Alguacil Mayor y un oficial temporero. Se dice que se habrán de comprar dos menores (asnos jóvenes) dirigidos al traslado de cadáveres y enfermos, y los dichos burros estarán en la posada nueva, que habita Antonio Cuadrado. El acta de 31 de julio presenta varias disposiciones, entre las que destacan el comunicar a los pedáneos que no se permita acoger a familias procedentes de Caravaca, Bullas, Mula o de otros lugares infestados. Así se acuerda el proveer al Lazareto de la Virgen de la Peña para evitar que falte el sustento a los muchos pobres que allí hay retenidos.
Realmente, aunque se tenía la idea de que las condiciones higiénico-sanitarias de la población era elemento indispensable de cara al control de la enfermedad, no se tenía claro cuál era el método de transmisión de ésta, por lo que en ocasiones se tomaron medidas, como a palo de ciego, que hoy en día nos parecen de lo más peregrinas, aunque entonces se creían muy adecuadas para poder controlar la entrada de casos de cólera en la villa. En el acta de la Junta Municipal de Sanidad, del día 2 de agosto, nos encontramos por ejemplo con el caso del Acuerdo que se ha tomado para instalar el mercado de frutas y verduras en el río Argos, en el sitio entonces denominado como Bancal del Peñón, en el camino de Caravaca, cerca del límite territorial de ambos términos donde se dice que se habrán de colocar dos cuerdas de sesenta varas cada una, colocadas a diez pasos la una de la otra y en línea recta , de modo que puedan llegar los vecinos desde la parte de arriba, se entiende que en dirección de Caravaca a Cehegín, y al contrario, colocándose los comisarios con una vasija de vinagre donde se irán metiendo las monedas, llevando éstos la cuenta para que luego cada vendedor se pueda llevar el dinero de su venta. Para este asunto se decide nombrar a Felipe Palud. Verdaderamente desde una perspectiva actual este tipo de métodos de prevención podrían resultar hasta burdos si no fuese por la propia carga que todo ello, en sí mismo, lleva implícito. El vinagre es este tiempo es un elemento muy utilizado en curaciones, recomendado por los médicos y utilizado en las boticas; se piensa que puede tener un poder de curación o, cuanto menos, profiláctico frente a la entrada de la enfermedad. El que las monedas hayan de pasar por ahí demuestra que en este momento cualquier cosa que viniese desde zona afectada por el cólera era posible causa de transmisión o, en otras palabras, que ante una situación de evidente peligro sanitario la población estaba prácticamente indefensa con unos métodos que poco habían variado en las zonas rurales desde el siglo XVI. Se intuía la causa del mal, pero no se sabía combatirla.
Desde el comienzo del mes de agosto la epidemia entra en la villa sin remisión alguna. Se ordena a los guardas que controlen todo el término territorial que linda con Bullas, Mula y Caravaca, pero, como no puede ser de otra manera todo es en vano. El día seis de este mes es declarada oficialmente la epidemia de cólera-morbo asiático en Cehegín. El mismo Alcalde Presidente, don Amancio Ruiz de Assín y Sahajosa ha de retirarse enfermo de la sesión del día tres, aunque no parece que fuese de esta enfermedad, pues vuelve a aparecer en las sesiones posteriores hasta pasados los días de la epidemia. No ocurre así con otros miembros del Ayuntamiento, que abandonan el pueblo a las primeras de cambio.
Una vez que ya se ha declarado la epidemia solo se puede intentar llevar a cabo todo aquello que ya viene prefijado por la Junta Municipal de Sanidad. Un dato interesante es que se decida en reunión del día 4 de agosto la instalación de un campamento al aire libre en el Coto Real, y esto es importante, donde se habrán de desplazar las familias pobres y construir como pudieran con madera y los vegetales que se encuentren, las barracas en que habrán de pasar el periodo de tiempo que dure la epidemia. Aquí se entiende como una manera humanitaria de proteger a los más necesitados de la población. La cuestión reside en que las familias pobres solían vivir en casas relativamente pequeñas y con un cierto nivel de hacinamiento, fundamentalmente las del caso urbano y ello venía a considerarse como un elemento de posible propagación de la enfermedad. La mención que expresamente se hace de que el campamento se instale al aire libre viene a ser por la creencia de que los ambientes aireados y bien dotados de aire evitan la expansión de la epidemia. Lo cierto es que tras de todo esto subyace una cierta idea de que los pobres tienen parte de la culpa de la propagación de la enfermedad por su forma de vida y condiciones higiénico-sanitarias. Hay que decir que se estima que en esta época en torno al 20-30% de la población vivía en Cehegín en el umbral de la pobreza, o sea con problemas para poder comer todos los días la familia al completo. Se realiza un padrón, con este fin, de familias pobres, que no se ha conservado, pero que conocemos a través de la documentación de la época y que daría a conocer entre el conjunto de los pobres de la villa quienes deben de ir a dicha colonia. La gestión del cuidado y alimentación de los habitantes de esta provisional “acampada” corre a cargo de la Junta Municipal de Sanidad. La cuestión está en que para estos días se ha comprobado que dicho organismo no tiene ya prácticamente fondos por lo que, cuarenta y ocho horas más tarde, para cubrir estos gastos de la colonia del Coto Real se realiza una derrama con carácter de préstamo reintegrable por el pueblo.
En este momento se prohíbe que salgan de esta villa los miembros del Ayuntamiento, puestos de socorro parroquiales, Junta Municipal de Sanidad, médicos ni practicantes, bajo multa de diez ducados y apertura de causa criminal. Veremos como esto no se cumple estrictamente y muchos de estos individuos poco después huyen al campo cuando el nivel de la epidemia esté en su cenit.
El informe que realizan el día seis de agosto los facultativos d. Francisco López Gómez, don Juan Bautista Alarcón y don José Rubio y Arróniz es concluyente, la población está invadida ya por el cólera. Oficialmente se declara la epidemia, a pesar que ya desde principios de mes se están dando fallecimientos por esta causa. Los médicos habrán de ser retribuidos por su trabajo con veinte reales diarios y a los practicantes con diez. Los sepultureros cobrarán a quince reales diarios, nombrándose para este cargo a Joaquín Alix y Juan Marín de Robles, se entiende que en ayuda del que ya hubiere en el cementerio. En este momento la progresión y fuerza de la enfermedad iba en aumento en la villa y así seguirá hasta prácticamente finales de mes en que ya parece que la epidemia tiene síntomas de ir decreciendo en intensidad. La situación en las tres primeras semanas llega a ser casi dramática debido a la gran cantidad de enfermos que se presenta, lo que obliga a la Junta a solicitar que se envíe al menos un facultativo más para socorrer enfermos y que los que están en la villa puedan descansar, pero ello no fue posible ante los graves sucesos que ocurrían en toda la Provincia de Murcia.
Una situación que era realmente temida por las autoridades civiles era la posibilidad de desabastecimiento, debido, en este caso, a que los comerciantes, tenderos, abaceros, panaderos y en general todos aquellos oficios dedicados al abastecimiento de alimentos huyesen del lugar por temor al cólera y se produjese una crisis alimentaria, pero tras las comprobaciones pertinentes y a pesar del bando que multaba con cien ducados y apertura de causa criminal solo permanecieron algunos vendiendo productos de primera necesidad como garbanzos, arroz, azúcar, habichuelas, etc. La inspección realizada por los encargados Francisco de Béjar y José Vélez así lo atestigua.
Una de las resoluciones que toma la Junta es que no se permita la entrada a enfermo de ninguna clase, bajo concepto alguno, a la villa, debiendo ser llevado al convento de los Padres Franciscanos, en cuyo atrio hay instalado una especie de lazareto a tal efecto. Asimismo se moviliza a la Milicia Nacional con el encargo de vigilar las zonas de entrada y salida al pueblo y bajo órdenes estrictas de acompañar a enfermos a los lugares indicados cuando quieran acceder al casco urbano. Dice así el punto primero del acta de 24 de agosto:
“ Se movilizarán para el servicio ordinario y custodia de las puertas de esta población veinticinco individuos de dicho cuerpo, un sargento con sus cabos correspondientes, con la asignación los primeros de cinco reales por día, diez reales el sargento y seis los cabos, quienes podrán practicar dicho servicio con la mejor honradez, cumpliendo las órdenes que recibiera del Sr. Presidente de esta Junta”
Queda prohibida la entrada a todos aquellos vecinos que residen fuera de la población. Se permite la entrada a los arrieros y comerciantes que vienen a vender y traer suministros alimenticios, pero se les obliga a volver por donde han venido, una vez puesto el sol, debiendo dormir fuera de la población. En este momento estamos hablando de fecha de 24 de agosto.
El acta de siete de septiembre de 1855 ya nos da a entender que la epidemia se halla en un proceso descendente, estimándose que posiblemente en un corto periodo de tiempo desaparezca totalmente. Durante los primeros días de este mes solo han muerto de cólera en la villa seis personas frente a las 130 que murieron en el mes de agosto. A partir de este momento ya se produce una mayor relajación en cuanto al tema de la entrada y salida de los habitantes de la población, así como al trasiego de comerciantes y arrieros que abastecen Cehegín, permitiéndoles ya pernoctar y quedarse en dicha villa. No obstante se estima que es prematuro aún el regreso de aquellas familias emigradas a causa de la enfermedad, entendiendo que se les debe de prohibir la entrada hasta que no haya una absoluta seguridad de que no se produzca por ellos un nuevo brote epidémico, por lo tanto deberán de quedar en la sierra de Burete, donde se habían desplazado por mandato de la Junta. Las fuentes reflejan la desesperante falta de conocimientos acerca de la transmisión de la enfermedad, pues mientras que no se permite el regreso de los acampados en el Coto Real y con el fin necesario del abastecimiento, si pueden entrar y salir los arrieros y comerciantes, a este respecto se dice:
“Como quiera que todos los vecinos que han permanecido en esta villa se hallan aclimatados con su atmósfera podrán salir libremente, aun cuando pernocten fuera de la población”
Indudablemente el texto no deja lugar a dudas acerca de la idea que se podía tener en la época sobre la transmisión del cólera.
Después se especifica que cuando se cante el Te Deum podrán volver a sus casas aquellos “exiliados” de la Sierra de Burete. El susodicho Tedeum será cantado el día 16 de septiembre para dar gracias a Dios por la desaparición de la enfermedad. Tampoco podrán entrar ni volver a la villa aquellas gentes que emigraron voluntariamente durante la epidemia hasta ese momento que, al fin y al cabo, significa la declaración de desaparición total del cólera de Cehegín. Se trata, pues, de que aquellos que se hallan fuera pudiesen traer la enfermedad consigo, por estar contagiados o enfermos y provocar un nuevo brote en la villa.
Los propios profesionales que trabajaban junto a los enfermos, básicamente los practicantes y médicos pasaban, indudablemente, miedo, hasta tal punto que, según reza acta de la Junta Municipal de Beneficencia de veinte de agosto de este año de 1855 se han recibido quejas con respecto a la atención que los practicantes practican con los enfermos, llegando hasta tal punto que algunos de ellos se niegan a realizar fricciones a los coléricos, a pesar de cobrar veinte reales diarios, por lo que son sustituidos para el primer distrito por Juan Espín, el segundo Martín García, el tercero Luis Torres, el cuarto Vicente Mellado y como sobresaliente Sebastián Ibernón, este último para ayudar en todos los distritos y suplir en caso de falta de alguno. Todos cobrarán a veinte reales diarios.
El mes de agosto resultó ser extremadamente duro en Cehegín
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