Nuestro Señor Jesucristo vestía túnica de una sola pieza, es decir: sin costura. Hace años leí un libro precioso, una narración novelada, ‘La túnica sin costura’, del que perdí el rastro por mucho que lo he buscado, y es la historia de la túnica del Señor. Quizá fue María Santísima quien la tejió, pues para las mujeres hebreas de aquellos tiempos, eso era una ocupación habitual.
Dice la Sagrada Escritura que mientras duraba la crucifixión, entre el pueblo asistente, (iba a decir el populacho), se sortearon las vestiduras de Nuestro Señor Jesucristo.
Aquella túnica, que llevó, tras de su sorteo, aparejada una larga historia de amor y de dolor, entró en el campo de la leyenda y la realidad es que, con los tiempos, la túnica fue dividida y surgió un personaje que se impuso la tarea de recuperar los trozos con la ilusión de que así se lograría también la unidad de las iglesias y de los pueblos; a los que habían llegado esos trozos, se pelearon.
Cuando en el año 1948, a raíz de mi enlace matrimonial con Rosario, estuvimos en la Argentina fueron innumerables los amigos de la colonia ceheginera a quienes conocimos y saludamos, pues corrió la voz de nuestra llegada y aquello fue un clamor de ceheginerismo porteño, y todos preguntaban -¿cómo está la Virgen?- ávidos de saber cómo se había salvado del furor y de la locura de unos días horribles.
Se anunciaron en el Teatro Colón unas charlas del gran García Sanchís, con el título de ‘Correo para España, se admiten encargos’. Aquello fue de un éxito inenarrable y nosotros asistimos, uno de los tres días en que aquel coloso de la palabra estuvo anunciado. En el descanso entramos a saludarlo pues yo le había conocido en Murcia, en una charla que dio en el Teatro Romea, con el título cambiado: ‘Correo para América, se admiten encargos’, y se llevó una gran alegría por saludarnos, por cierto que en la segunda parte de su charla hizo mención a nuestro encuentro, nombró a Cehegín y a la colonia murciana y, al terminar, un espiquer anunció que el señor de Cehegín que había saludado al Sr. García Sanchís pasara por la dirección al salir. Así lo hicimos y es que había un editor murciano, de La Ñora, sobrino del canónigo de Murcia, don José Miguel Navarro, a quien, por cierto conocía, que nos quería saludar. Hicimos buena amistad, visité su editorial, me regaló un ejemplar del ‘Martín Fierro’, y cuando regresamos y me despedí me entregó un recuerdo para su tío, entre los muchos que trajimos para las familias de aquellos cehegineros.
Nuestros paisanos, cehegineros en ‘El Dorado catalán’, que se llama Mataró y Premiá de Dalt, sacaron su almará y una aguja de pespuntear, supieron coser la doble ciudadanía en un acto bellísimo con las Corporaciones Municipales, pero, sobre todo, están conservando la identidad ceheginera en un terreno de temática complicada en estos días. Universalismo ejemplar.
Cuando nuestros afanes de universalidad se sienten turbados con planteamientos secesionistas, me vienen a la memoria tantos afanes compartidos, tantas uniones matrimoniales, tantos deseos de unidad entre las familias, tanta entrega a la tierra de promisión, prolongación de la natural. Y tan amadas.
Los descendientes de los cehegineros de ayer, que un día emigraron a tantos lugares, aún conservan esencias primigenias, se saben ciudadanos del mundo y los actuales, en tierras catalanas, saben dónde nos dejaron y que la Mare de Deu es la Madre de las Maravillas a la que celebran y festejan doblemente.
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