Era venerada, un día tras otro, desde su llegada el año 1725, y su maternidad desbordante acaparó, arrasó; su belleza de mediterránea irrepetible, volvió locas a las gentes de aquella y sucesivas generaciones, nativas y vecinas y así continuamos; ‘se llama Maravillas…’
Tuvo corona de alhajas y corazones y, el año 1925, vinieron de Roma los papeles -ella lo fue desde Nápoles- para que el Obispo, aquél ascético Padre Vicente Alonso y Salgado, la ofrendase al pueblo así, plena de loores. El año 1927 fue declarada patrona oficial. Veinticinco años después, el Obispo Sanahuja, llegado el día antes a su nueva diócesis, la coronó de ‘desagravios’, y volvió el prelado el año 1953 para imponerle la ‘Vara’ de Alcaldesa por acuerdo del consistorio del 10 de agosto; y el día 14 de septiembre, a su regreso al Santuario, ya portaba tal atributo. Si rica es la corona, así es la «vara», corta, cual cetro de reina.
La otra, es la que desde las fiestas de 1967 porta el Sr. Alcalde, pues era, quizás por miramientos, de vergüenza ajena, que una tradición de regidores de tanto fuste, hubiera llegado a semejante estado. Por lo visto, no estaban los presupuestos para gastos o dispendios de semejante guisa, aunque algún alcalde recurriera a la de sus antepasados. El detalle es que la ciudad concedió su medalla de oro a una caja de Ahorros que se entregó en la economía y la cultura y fue correspondida así.
Me siento cómplice de la doble aventura pero, entonces, no intuí que tal motivo sería causa de mi primera colaboración como cronista oficial de esta Ciudad.
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