Manuel Ruiz Giménez
Licenciado en Historia del Arte
Educador
La semana pasada hice acto de presencia, como de costumbre, en el Quinario a nuestro Padre Jesús en la Iglesia de la Concepción, para ser más concreto el viernes pasadas las ocho de la tarde. Llovía a cántaros. Al atravesar el umbral de una de las puertas de la cancela me detuve en el primer tramo de la iglesia y la mirada, que normalmente acaba en los magníficos artesonados mozárabes del techo, fue directa al arco que jalona y da paso al presbiterio. Lo que hasta ese momento habían sido ingentes manchas de humedad, estéticamente nefastas para una obra como ésta, se habían convertido en auténticas torrenteras por las que descendía el agua de forma incesante.
Tal era la cantidad de agua que filtraba la cubierta que la buena gente que allí se encontraba intentó atajar el problema con las cubetas y cubos que pudieron encontrar. La celebración litúrgica y el centenario canto de las llagas se desarrollaron con el repiqueteo e incesante salpicar del líquido elemento de fondo. Algunos feligreses mostraron su sorpresa al comprobar como el lugar en el que se encontraba Nuestro Padre Jesús Nazareno quedó encharcado, más aún cuando la magnífica ochava mudéjar del presbiterio vertía agua como si no estuviera cubierta y el raso fuese lo único que hubiera sobre los artesones del techo.
Se hizo necesario el traslado de la imagen titular de la Cofradía de ‘Los Moraos’ y el achique de agua por parte de algunos voluntarios, todo un espectáculo para cuantos nos encontrábamos allí, más aún si tenemos en cuenta la cercanía de la rehabilitación del edificio.
Las intensas lluvias que nos acompañan durante estos días han evidenciado importantes deficiencias en las obras realizadas para la rehabilitación integral de la iglesia de la Purísima Concepción, especialmente en lo relativo a cubierta y eliminación de humedades. Así es, la iglesia de la Concepción tiene goteras y humedades, que comenzaron a dejarse ver en los zócalos de la entrada a la Capilla de San Juan Bautista, poco después de la inauguración oficial del edificio tras su restauración. Algo que no es nuevo dado que las pinturas de la capilla ya se vieron afectadas por las mismas humedades antes de las obras.
Este edificio desde el comienzo de su construcción en el S. XVI acapara en el libro de su historia páginas con muy diversos avatares. De ellas no todas contribuyeron a mejorar su prestancia y esplendor. Por lo visto, nos encontramos en una de las que hacen pensar lo peor. En cualquier caso, ya está pasando demasiado tiempo como para poder evitar un daño que es evidente. Desde zócalos que se deshacen a pinturas que poco a poco van desapareciendo y maderas que van acumulando hongos producidos por la humedad, además de un largo etcétera… que aumenta día a día.
Ante esta situación me planteo lo siguiente: si las humedades aparecieron el invierno siguiente a la rehabilitación del edificio, ¿por qué no se pusieron los medios adecuados para evitar llegar al punto en el que se encuentra la Concepción?, y ¿sería razonable pensar que después de una inversión económica tan importante para realizar esas obras, se deberían establecer unos medios de control adecuados sobre el patrimonio, por parte de quien corresponda, a nivel de obispado o comunidad autónoma, para evitar situaciones como esta?,…
Me temo que devolver el edificio a su estado óptimo, sin ir más lejos al estado del día de su inauguración, no va a ser tarea fácil. Pese a todo continuaré preocupado por el estado de la iglesia de la Concepción y por algún otro edificio del casco viejo que sigue sus pasos, por un patrimonio que merece la pena conservar y contando los días que pasan mientras no se aporta una solución duradera. Así pues pongamos velas a todos los santos, de los que allí hay unos cuantos, para que las soluciones lleguen pronto.
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