Carmen Corbalán Chico
Pedagoga y Máster en Logopedia
La dislexia es una dificultad en el aprendizaje de la lectura y escritura, no asociada a deficiencias físicas, psíquicas ni socioculturales, más bien se cree que proviene de una alteración del neurodesarrollo. Esta dificultad, en muchos casos, lleva consigo problemas de acceso al léxico, comprensión, memoria a corto plazo, lateralización…etc. y suele afectar alrededor de un diez por ciento de la población.
La institución escolar es un lugar donde el aprendizaje es eminentemente lingüístico. En el periodo de Educación Infantil las actividades se basan en el juego multisensorial, por ello no se evidencia la dificultad de estos niños y niñas hasta su llegada a la Educación Primaria, donde cambia la metodología hacia formas fundamentalmente lingüísticas.
Estos alumnos o alumnas, a veces muestran conductas inatentas e incluso disruptivas, poniéndoles en muchos casos la etiqueta de “mal estudiante”, “vago” o “niño/a -problema”. Desde mi punto de vista, nada más lejos de la realidad, ya que ellos no son el problema sino la institución, que no da respuesta a esa dificultad, imponiendo metodologías rígidas, basadas en el lenguaje escrito.
El niño con dificultades en lectoescritura, al no poder llevar “el ritmo” de aprendizaje de sus compañeros “desconecta “de los contenidos, se aburre y opta por hacer “otras cosas” (en muchos casos nada tienen que ver con el contenido de la clase). El rastro de fracasos escolares que va dejando junto con la exigencia de los padres y profesores, a pesar del sobreesfuerzo que realizan, acaban por minar su autoestima, construyendo un autoconcepto negativo y, en muchos casos, casi irreparable.
Un diagnóstico lo más precoz posible acompañado de la intervención adecuada, tanto escolar como emocional, y de las adaptaciones curriculares oportunas, contenidos más visuales, exámenes orales, etc, supone que los niños y niñas con esta dificultad puedan superar los retos escolares, y los sociales inherentes a ellos.
Afortunadamente, cada vez son más los maestros y maestras que están sensibilizados con esta y otras dificultades, e investigan, se informan, de manera casi autodidacta en muchos casos, y aplican técnicas en clase que favorecen un aprendizaje multisensorial, basado más en las nuevas tecnologías, en la experimentación, en técnicas orales de exposición, entre otras.
Nuestro deber como padres ha de ser demandar a la Administración la dotación necesaria, tanto humana como de recursos materiales y formación, para dar respuesta a esta dificultad de aprendizaje, como a todas las demás, convirtiendo nuestras escuelas en centros integradores en los que todas las necesidades educativas del alumnado sean satisfechas. Se lo debemos a nuestros hijos para lograr una sociedad más justa.
Aún no hay comentarios en este artículo