David Sánchez Fernández
Doctor en Biología
Como en todo tiempo de vacas flacas, uno tiene que prescindir de lo prescindible, y en el caso de la ciencia y la investigación se le suele colocar con demasiada facilidad la etiqueta de prescindible, algo que tampoco resulta raro si esta misma etiqueta también se le coloca a la educación o la sanidad pública. Podríamos tratar de infravalorar lo que significa generar nuevos conocimientos en cualquier campo (tanto en ciencia básica como aplicada), e incluso minimizar la dependencia que se crea del que sí tiene esos conocimientos, pero resultaría inútil. Parece algo evidente que el que tiene el conocimiento, el que tiene la información, tiene el poder.
En los últimos años, la drástica caída en la financiación de la ciencia española, hace que nuestro país esté perdiendo poder, a la par que está hipotecando su futuro, generando dependencia de otros países que mantienen e incluso incrementan su gasto en investigación. Hay que decir con orgullo que España había conseguido colocarse en una posición más que decente en el ranking científico europeo y mundial, e incluso en muchos campos a la vanguardia de la ciencia europea. Sin embargo, todo este avance en ciencia e investigación no ha sido más que un mero espejismo.
La realidad es que por esta reducción del presupuesto dedicado a investigación, estamos perdiendo una generación de talentos, que han sido formados durante muchos años con dinero público y que ahora, en la plenitud de su carrera no encuentran sitio en el que trabajar en España. Esta generación de jóvenes científicos españoles tiene que emigrar a países del centro y norte de Europa (o a Estados Unidos), países en los que, en la mayoría de los casos, los reciben con los brazos abiertos.
Esta sensación de ver partir a tu gente en busca de un futuro mejor no nos es ni mucho menos extraña, ya que muchos de los padres de los que ahora emigran, también lo hicieron hace ya algunos años, en muchos de los casos a Francia, Alemania o Suiza. La diferencia radica en que ahora España exporta, mejor dicho, regala, mano de obra cualificada, bien preparada, que está preparada para rendir al mejor nivel científico, generando nuevos conocimientos fuera de nuestras fronteras.
Se podría buscar un símil en un agricultor que trabaja durante todo el año e invierte buena parte de su dinero para conseguir una buena cosecha de albaricoques, y ya cuando están amarillos-naranjas, los deja perder porque no tiene los medios para llevarlos al mercado de los miércoles, y los regala al vecino, para que sea él quién los recoja y los lleve al mercado. Y lo peor no es eso, sino que, si quiere albaricoques, tendrá que ir a comprárselos al vecino.
Otro ejemplo comparable y que nos da idea de la magnitud del sinsentido de la estrategia científica en España, sería que las canteras del Real Madrid o el Barcelona formen a buenos futbolistas y los cedan (sin cobrar un duro) a equipos europeos justo en el momento en el que pueden empezar a ser convocados con la selección.
Si la ciencia es rentable o no, depende de cómo se mida la rentabilidad, si se mide en términos exclusivamente económicos, es posible que a veces no lo sea a corto plazo, pero sin duda lo será a medio y largo plazo, sobre todo si se incluyen en la fórmula otros bienes y servicios aparte de los puramente económicos. Además, estos plazos se podrán acortar a medida que se vaya implantando un sistema efectivo de transferencia tecnológica.
Es fácil entender como las investigaciones en campos como la biomedicina, ingenierías agrícolas u otras ciencias aplicadas mejoran la calidad de vida de los contribuyentes, pero es que además, existe una parte de la ciencia, la ciencia básica, que si bien no tiene una aplicación (o beneficio) inmediato, es en la que se sustenta la ciencia aplicada, y es la que está sufriendo un parón más drástico.
Esta marcha silenciosa de investigadores con billete sólo de ida, es reflejo de la falta de rumbo con el que navegan las instituciones científicas y académicas en España, con universidades muy poco productivas y totalmente envejecidas y a la vez, permitiéndose el lujo de exportar personas jóvenes altamente cualificadas. Esperemos que los encargados de gestionar el patrimonio humano y científico se den cuenta de esta situación y cambien pronto el rumbo de la nave, de lo contrario, todos estos sinsentidos pasarán factura en las próximas décadas.
LLusía 16 noviembre, 2014 a las 6:06 pm
LLevas mas razón que un santo.
ecoloco 17 noviembre, 2014 a las 8:05 am
crack!! buenísimo el ejemplo de los albaricoques
podremos 17 noviembre, 2014 a las 3:41 pm
Los que deciden sobre esto,piensan mas a corto plazo.
Charrete 17 noviembre, 2014 a las 10:54 pm
El problema no es invertir, la manidas siglas I+D+I, el problema es que no hay un tejido empresarial qur absorba estas inversiones.
David Sánchez-Fernández 21 noviembre, 2014 a las 12:43 pm
Hola Charrete, yo creo que es lo del huevo y la gallina, es verdad que falta tejido empresarial, pero si no hay nuevo conocimiento o innovaciones tecnológicas (aunque se genere en la propia empresa), tampoco habrá empresas competitivas, a no ser que se pague (y no poco) por su uso. Lo curioso es que el pago se hará seguramente a alguna institución científica estadounidense o centro/norte europea en la que parte de sus investigadores son españoles, que han sido formados con dinero público, que ya están rindiendo al máximo nivel y que aquí no encuentran sitio. Las causas pueden ser miles, pero el problema es evidente, y al menos merecía una reflexión… Un abrazo