Juan José Gómez Matallana,
Director del Centro de Día
‘Virgen de las Maravillas’
Los encuentros con los demás configuran buena parte de nuestra vida. Tanto es así que podríamos acuñar un nuevo refrán como… “dime cómo son tus encuentros y te diré cómo eres”. En el desarrollo de nuestras relaciones con los demás ponemos en marcha nuestros recursos y habilidades personales y mostramos cuál es nuestra educación social y relacional. Esta educación se pone a examen sobre todo cuando se trata de estar al lado de las personas cuando están sufriendo, tienen dificultades, se sienten frágiles o están pasando por un bache en su vida.
Hoy en día al analizar el desarrollo de nuestras capacidades socio-emocionales y relacionales se habla de “analfabetismo” emocional y espiritual. A la sombra de esta incultura socio-emocional y espiritual nacen formas y expresiones que en vez de ayudar y promover encuentros auténticos y relaciones sanas, nos distancian de los demás, agudizan el sufrimiento y la soledad de aquellos que nos necesitan o de nosotros mismos.
Entonces… ¿qué debemos o qué podemos hacer cuando una persona nos cuenta que le han detectado un cáncer? ¿Qué hacer cuando un hijo nos comunica que está consumiendo drogas? ¿Qué contestar a una madre que ha perdido a su hijo y está rota de dolor? ¿Qué decir a un anciano que nos confiesa que tienes ganas de morir?
Paso a enumerar formas de hacer en las relaciones con los demás que debemos evitar, sobre todo cuando tengamos delante a personas con dificultades como las que hemos comentado.
Primero. Valoración o juicio moral. Si queremos estar cerca de alguien, ganarnos su confianza, transmitir empatía o generar una relación sana, lo primero que tenemos que evitar es hacer juicios. Parece en ocasiones que tenemos una facultad casi innata para ver la “paja en el ojo ajeno” y no “la viga en el nuestro”. Las vidas de los demás son como un iceberg del cual solo vemos una pequeña muestra que en absoluto representa la totalidad de su persona.
¿Cómo podemos realizar sentencias y juicios moralizantes sin conocer qué se mueve en el interior de otra persona? Las personas, como tales, y todo lo que se mueve en su interior en forma de pensamientos, emociones, sentimientos, heridas, no son susceptibles de ser juzgados por nadie. El único aspecto que podemos entrar a confrontar y cuestionar son determinadas conductas que entendemos puedan ser perjudiciales o dañinas para la propia persona o para los demás, pero no olvidando acoger y validar la totalidad de la persona.
Segundo. Aconsejar y hacer recetas fáciles. Sermonear. Otra acción a desenterrar en nuestras relaciones son los consejos, recetas fáciles o, en su caso, los sermones. Suele suceder que ante el reclamo de una persona que nos cuenta un problema o una dificultad, nos salen con mucha facilidad y de forma espontánea recetas fáciles de solución o consejos.
Este tipo de respuesta puede crear en el otro la sensación de sentirse minusvalorado, ignorado o poco acogido. Parece de esta forma que al encontrarnos con los demás somos más expertos sobre su propia vida que ellos mismos. Llega hasta un punto esta capacidad nuestra de solucionar la vida a los demás que ofrecemos incluso un sermón, posiblemente construido sobre cosas que ni nosotros mismos hemos experimentado, y nos quedamos “tan panchos”. Por lo tanto, nada de consejos, recetas fáciles o sermones.
Tercero. Interpretar. Otro poder “casi mágico” que nos atribuimos las personas con el uso de la razón es interpretar y leer la mente de los demás. Como si de un gran mago se tratara, con cuatro detalles o palabras que oigamos del otro tenemos suficiente para hacer un análisis pormenorizado de su pensamiento, hasta el punto de saber nosotros mejor que él sus significados y razones. “Lo que a ti te pasa es que…”, nos atrevemos a asegurar. Convertimos nuestra subjetiva interpretación en la verdad del pensamiento del otro e, incluso, osamos elaborar una etiqueta con la que clasificamos al otro. Relación de ayuda machacada.
Cuarto. Desdramatizar. Apoyo-consuelo. Cuando nos colocamos ante los sufrimientos, debilidades, limitaciones, heridas de los demás, nos puede suceder que nos sintamos interpelados por nuestras propias mediocridades y sombras. Así puede surgir en nosotros el miedo o el nerviosismo ante lo que está viviendo el otro y tratar de aplicar “paños calientes” para aliviar el sufrimiento de los demás de una forma superficial y poco empática. “No te preocupes”, “esto forma parte de la vida”, “el tiempo todo lo cura”, son expresiones que nos alejan de la verdadera experiencia de dificultad del otro al que dejamos aún más sólo y no acogido en su situación.
También pasa a menudo que ante un problema, creemos ayudar al otro comparando su situación con otras que “son peores”. Conviene por lo tanto no disfrazar nuestra impotencia o nuestra falta de recursos de ayuda con “tiritas” externas que no curan las raíces del sufrimiento en los demás.
En otra ocasión abordaré qué hacer para acompañar para sembrar salud y encuentro terapéutico auténtico.
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